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Desde principios de la década de 2000, los episodios de gripe aviar y porcina o por las infecciones por coronavirus (SARS en 2003, MERS en 2012 y ahora SARS-Cov2 en 2019-2020) se han multiplicado y cada vez con más graves consecuencias para la humanidad y para el desarrollo de nuestra civilización. Nuestros estilos de vida y la actual organización de nuestras sociedades nos han hecho particularmente vulnerables a estas amenazas:
- Estamos multiplicando la cría industrial de animales, a menudo con un número muy limitado de cepas genéticas, super-concentradas, utilizando regularmente antibióticos preventivos y curativos que son los mismos que los humanos, dispersados después en la naturaleza tras su asimilación, sin que sea posible anticipar sus efectos.
- Pese a que nuestros sistemas de suministro y depuración de agua se han vuelto muy eficientes para el control de los parámetros físico-químicos de la calidad del agua, todavía resultan muy insuficientes en los que concierne a la vida microbiótica.
- Nuestro planteamiento y el de la Administración occidental en el campo de la salud pública se han centrado en los desafíos normativos e higiénicos de la salud y en la medicina curativa, dejando de lado los aspectos de la dimensión sistémica de la salud humana y ambiental, ya sea mediante las acciones de anticipación, prevención, detección rápida, como la respuesta a los desequilibrios y daños a los ecosistemas.
- La deforestación, la artificialización de la tierra y la impacto antrópico sobre los humedales han socavado las barreras naturales entre la flora y la fauna silvestres y los hábitats humanos, pero también han alterado en gran medida el equilibrio de los ecosistemas primarios, provocando por su contaminación y su degradación, flagrantes desequilibrios.
Esta visión, que ha prevalecido en los instancias públicas de gobierno y en la estructuración de las políticas públicas durante los últimos 50 años, no es universal. En América del Norte y del Sur, África, Oceanía, Asia, el conocimiento tradicional, a menudo asociado con los pueblos indígenas, se ha estructurado en torno a este enfoque holístico de la salud humana y de los ecosistemas. Esto nos permitió desarrollar una visión más centrada en la anticipación que en la reparación, que hoy en día resulta insuficiente. Y esto es así, si bien los esfuerzos combinados de la medicina y el desarrollo humano de nuestras sociedades han hecho posible, desde los siglos XIX al XXI, avanzar en la calidad y esperanza de vida de tal manera que no hubiéramos podido sospechar hace 150 años.
La urgencia se encuentra ahora en resolver los problemas, por todo lo cual expresamos nuestra solidaridad, tanto con las autoridades, el personal sanitario, los investigadores y todos aquellos que participan de manera generosa y desinteresada en el esfuerzo colectivo.
Ahora es el momento, ahora y en las próximas semanas, de reflexionar sobre los primeros fundamentos de lo que se debe hacer para construir sociedades más resistentes globalmente, para evitar el desperdicio de energía al tratar de reconstruir dispositivos inestables o cargados de vulnerabilidades y, simplemente, poner en práctica los principios básicos de un mundo más pacífico y sereno.
La situación actual, tanto en Francia como en el resto del mundo, ha permitido identificar o experimentar muchas vulnerabilidades que aún necesitamos aclarar, formular y resolver:
La respuesta ante la emergencia no se ha anticipado lo suficiente, tanto en la localización de los conocimientos estratégicos como en la anticipación de los desafíos, que requieren una inversión prospectiva en cada una de las regiones, orientadas hacia la resiliencia y la acción
Nuestra relación con los seres vivos, ya sea la cría de animales destinados al consumo humano, la artificialización del suelo, es, más allá de las cuestiones éticas y de sostenibilidad del planeta, un factor de vulnerabilidad esencial para la especie humana, incluida la generación actual, que requiere que nos involucremos urgentemente en cambios estructurales importantes,
La contaminación en todos los medios, en particular, del agua, del aire y del suelo, son todos vectores de propagación o amplificación de las pandemias.
Nuestra percepción de la salud humana se ha centrado en Europa en la medicina curativa, o incluso en su administración, mientras que desde su artículo 3º, el Tratado de la Unión Europea, se incidió en el establecimiento de una competencia exclusiva para la salud -con el mismo título que la agricultura- capaz de asegurar y proteger a nuestra gente y a nuestros territorios en estas tareas esenciales.
Todas estas vulnerabilidades eran, hasta ahora, conocidas e identificadas, precisadas por fuentes científicas, denunciadas por comunicadores de alertas, por la misma voz de la conciencia … pero, a menudo, no tomadas en serio y apenas fundamentadas en una visión sistémica que ponga de manifiesto los riesgos, las interdependencias y las posibles consecuencias en el caso de efectos en cascada. Ahora vemos, incluso desde una perspectiva de continuidad de la actividad, de riesgo sistémico, y del plan de remediación posterior al desastre, la importancia de considerar estas vulnerabilidades de manera transversal e integrada, y los problemas inducidos que son cualquier cosa menos que algo teóricamente fortuito.
En varios países y, en particular, en Francia, el desarrollo de esta pandemia coincidió con las elecciones locales. Esto implica la programación y la puesta en marcha efectiva de estrategias de resiliencia, planes de adaptación y mitigación, y otros mecanismos que hacen posible diseñar áreas urbanas y locales más resilientes a nivel local. El desafío es, simplemente, que la especie humana viva más serenamente en este Planeta, en esta generación, y luego transmita a las generaciones futuras un Planeta habitable.
Durante 3 años este mensaje ha sido repetido incansablemente por los informes del IPCC, en las manifestaciones por el clima, en los repetidos discursos del Secretario General de las Naciones Unidas, etc. No se trata de una cuestión filosófica, prospectiva para las generaciones futuras, sino más bien de la necesidad de un plan de acción para los próximos 2 a 10 años, que responda a una emergencia diaria y, por lo tanto, debe concretarse en acciones y un cambio de rumbo preciso.
Todo lo anterior nos lleva a proponer las siguientes recomendaciones.
- La resiliencia es una noción fuertemente territorializada, que debe debatirse e implementarse a escala del territorio, tanto por medio de una estrategia, un esquema y un plan de aplicación conocido por todos y aplicado por cada uno
- Los objetivos del desarrollo sostenible (ODS) son un marco estructural para el diseño y la gestión de la resiliencia territorial. Como tales, deben servir como base para la construcción de cualquier política pública, desde el nivel territorial hasta el nivel supranacional, y deben complementarse con un enfoque estructurado para gestionar los riesgos sistémicos y soberanos, posiblemente en red en el seno de una institución de la ONU para una mejor anticipación colectiva
- La salud humana, como la de los ecosistemas, es esencial para la supervivencia de la humanidad. Debe ser objeto de una movilización transversal, prospectiva y operativa, combinando conocimientos tradicionales, ciencia, medicina, innovación y “big data”, permitiendo la anticipación a los desafíos y una respuesta temprana adaptada, más allá de estrictas apuestas curativas. Esto debe hacerse de manera coordinada, desde el nivel territorial hasta los niveles supranacionales (Europa en particular).
- La alimentación debe ser objeto debe ser revisión y territorializada, en una lógica de mayor resiliencia, permitiendo que, tanto a través de la jardinería comercial, los cultivos de campo, así como la acuicultura, la pesca y la ganadería, alimenten a la población al mismo tiempo que preservan la vida y el equilibrio de los ecosistemas. En particular, la cría de ganado debe ser el tema de un plan de emergencia para una mayor diversidad de especies y cepas genéticas, un importante cambio en el comportamiento reproductivo, limitando en gran medida el hacinamiento y el uso de antibióticos, y una generalización de los principios de la agroecología, en particular, a través del policultivo “multi-especies” y la drástica reducción de insumos.
- La preservación del medio ambiente, tanto en cantidad como en calidad y la continuidad ecológica, se convierten en una prioridad, en particular en lo relativo al aire, el agua y el suelo, a fin de evitar la propagación de los virus debido a que las barreras naturales han sido superadas. Los criterios de la OMS constituyen un buen punto de partida para este fin, considerando que ir más allá de lo que prescriben no es una consecuencia inevitable de nuestra forma de vida, sino más bien un cambio importante que requiere una solución inmediata.
- La ordenación urbanistica y territorial se convierte en un tema crucial para la resiliencia, especialmente para las ciudades intermedias. La ordenación del ecosistema urbano debe permitir, tanto desarrollar la solidaridad como generar sinergias, pero también promover una cooperación multiespecífica capaz de desarrollar una dinámica colectiva más sólida que la individual. Observamos a este respecto, en áreas metropolitanas tan diferentes como Wuhan, París o Nueva York, fenómenos de amplificación vinculados a una excesiva concentración y la ausencia de “espacios de resiliencia”, incluso cuando conceptos como la “ciudad de un cuarto de hora” permite mantener estas “esclusas de resistencia”.
- El futuro de la energía debe ser acelerado, dejando obsoletos los patrones de producción de energía concentrada para caminar a través de la eficiencia energética, la generalización de las energías 4D (desconcentrada, diversificada, descarbonizada, democrática), lo que permite consolidar la resiliencia local, a través del desarrollo de los flujos de energía/material y energía/desechos, el desarrollo de la economía circular y la capacidad de todos para convertirse en actores para el suministro de su energía y aprovechar al máximo la infraestructura existente
- La fiscalidad ha de evolucionar para estar en línea con la transformación ecológica de nuestras sociedades, dejando su base en las rentas de trabajo para convertirse en un impuesto de energía/material, gravando los daños a los recursos naturales del Planeta o su alteración, y haciendo posible maximizar la triple versión de la sostenibilidad del territorio (ecológico, social y económico).
- El sistema financiero debe reanudar y aumentar la dinámica impulsada por el Acuerdo de París en 2015 en la COP 21 pero seguido de manera demasiado insuficiente, en particular, mediante el establecimiento de una economía regenerativa, que permita la recuperación de los ecosistemas a través del establecimiento de impuestos económicos sobre las transacciones financieras que fomentan la territorialización de la inversión y la abolición inmediata de cualquier inversión pública o apoyo a los combustibles fósiles, y además una promoción, a través de ayudas públicas, de inversiones con fines ambientales y sociales.
- Las anteriores propuestas no pueden realizarse sin una “transición jurídica” de gran magnitud, que vuelva situar al ser humano dentro de los ecosistemas; reafirme la primacía de la continuidad de la especie humana, de los bienes comunes y de los asuntos humanos por encima de los intereses económicos y de corto alcance; incline la balanza hacia un modelo que refuerce el vínculo entre lo local, lo nacional y lo supranacional a través de sinergias operativas y de cooperación; fomente la convivencia pacífica entre humanos y no humanos; y promueva la salud y la integridad para todos y todos los valores esenciales de nuestras sociedades. Diversas herramientas, como la Declaración de los Derechos y Deberes de la Hombre, pueden acelerar esta transición.
En estos momentos particularmente difíciles e intensos, nuestros pensamientos están con todos los que sufren, los que trabajan para salvar vidas, reparar la vida y restaurar los ecosistemas.
Deseamos que todos puedan encontrar rápidamente una forma de vida más serena, y los alentamos a que pongan en marcha, en este momento, a nivel territorial, las reflexiones y los modos de acción que permitan acelerar la transformación ecológica de vulnerabilidad a la resiliencia que todos necesitamos tan urgente como de modo preciso y para nuestra pervivencia.
Nicolas Imbert, director de Green Cross, 30 de marzo de 2020
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La versión en español de este texto ha sido editada con el apoyo de Francisco Javier Sanz Larruga